Chile
Casi quedo en la frontera del Paso de Jama, el clima amenazaba una noche brava como la carabinera que nos hizo esperar un largo tiempo cuando solo éramos tres personas para ingresar a San Pedro de Atacama. Finalmente se pudo llegar a un destino que nunca estuvo en mente, pero lo encontré. El bendito desierto también me ubicó, el calor no apabulló el momento, la estrategia estaba en ver a los locales que, con mangas largas y grandes sombreros se resguardaban del incesante sol. El refugio estaba en el sabio algarrobo que con sus deslumbrantes ramas con forma de rutas acobijan con frescor una grata temperatura para vivir.
El apodo de San Pedro de “Atrapama” es cierto, o por lo menos para mí sí, no pensé en llegar, tampoco en irme. Solo las circunstancias se fueron dando, un alud y nada más o más popularmente llamado “invierno altiplánico”. Cuando Argentina quedó afuera del Mundial frente a Francia comenzó mi estadía, con lágrimas en los ojos salí a patear el adobado terreno que mantiene como urbanización las calles de Atacama. En menos de dos horas había conseguido trabajo, a su vez, inmediatamente una pieza para el rincón.
Casi un año fue el tiempo que estuve allí, pero eso es anecdótico ya que todo perdura en los recuerdos de la simpleza, la misma que me llevo a descansar con precisión, fue extraño dormirme a la hora del atardecer y despertar al amanecer, solo, sin alarmas, sin más que el propio silencio que resuena en el horizonte en forma de eco.
Lo cierto es que el destino de San Pedro es de los más altos elegidos para visitar en Chile, lejos estuve de todas esas excursiones, ‘inturistica’ fue mi travesía, como dije anteriormente, la simpleza estaba a la orden del día. Pedalear o caminar por esas arenas que pesaban en las piernas, pero la grata compañía del Volcán Licancabur amenorizaba cualquier queja de nuestra pequeña existencia, mires donde mires estaba presente, siempre firme, opulente, llamativo y preciso. Una rutina: mi saludo matinal: “Hola Lican, gracias Tata Inti”.
La radio no me puede faltar y sí que hizo falta en Atacama, ya que no cuenta con medios oficiales ni alternativos, sólo una señal se sintoniza desde Calama, pero la habitual programación se repetía día a día, en un infinito loop, como el canto matinal de los zorzales negros que desayunaban con coplas y vientos de un sonido ancestral paralizando la soledad en ese maldito desierto.